Sentí un intenso frío, no era aquel frío vehemente que antes había conocido, este era pegajoso y denso y se deslizaba lentamente por mi piel, pero por dentro.
La luz fuera era cegadora, el lorenzo de Agosto en Marbella no tiene remedio, es así de insolente, no te acaricia… te araña.
Por mas que nuestro mundo parecía haberse detenido, desde la carretera veía como los niños jugaban en la playa, nadaban, chapoteaban, los padres les observaban, tumbados bajo ese mismo sol que aunque le imploraba, no conseguía calentarme.
El silencio era absoluto, solo escuchaba el latido de mi corazón que golpeaba tan fuerte contra mi pecho a punto de hacerme perder el sentido, cogí la curva como pude, mis manos temblaban y mi mente también, por un segundo me pregunté donde estaba mientras mi pié seguía aprentando el acelerador con fuerza, quise caer en ese vacío y acabar hundida en ese agua donde los niños juagaban, desaparecer entre las olas, disolverme, apagarme, cualquier cosa con tal de no seguir sientiendo ese dolor, pero no tuve el valor, me faltó coraje, Chloe me esperaba en el hospital, sabía que no podía abandonarla.
Durante años, cada vez que atravesaba ese punto de la carretera, aquella sensación impertinente me absorvía nuevamente, me imaginaba volando, despedida destrozando ese impoluto azul turquesa, partiendo las nubes sobre las cabezas de aquellas personas que ajenas a esta nuestra nueva vida, seguían disfrutando de la suya.
Solo imaginarlo me daba confort, un tipo de bálsamo, recordándome que esa opción estaba siempre ahí esperando, podría escapar cuando ese frío que me recorría por dentro ya fuera insoportable, era mi pastillita de cianuro escondida detrás del molar….
Las cartas ya no son las mismas, la esperanza tiene forma de bandera y ondea con fuerza en la entrada de mi vida, cada día me despierto soñando que lo hemos conseguido, que el tratamiento está funcionando e imagino a Chloe mayor cuidando con cariño su huerto debajo de un sol tibio y protector que la arrulla.
Ahora puedo pasar por esa misma curva una y mil veces y solo veo el intenso azul del mar y la espuma de las olas, ya no escucho mi corazón, solo oigo las risas de los niños, abro las ventanas para sentir la misma brisa, quiero dejarla entrar y que acaricie mi alma.