Cuando todo comenzó y a lo largo de los primeros dos años no solía hablar de lo que estaba pasando, como si poner voz a los hechos los pudiera convertir en realidad, como si el sonido a esas palabras que resonaban una y otra vez en mi cabeza fueran capaces de consolidar lo que en verdad estaba sucediendo…creía que el silencio nos permitiría escapar.
Así que me encerré durante largos meses dentro de mi cabeza construyendo un gran escudo invisible que no dejaría entrar mas dolor, sin darme cuenta que tampoco lo dejaría salir.
Ese claustro en el que me escondí era lo mas parecido al océano, como cuando bajas la cabeza esquivando las olas y de repente el vacío inmenso de esas aguas te envuelve permitiéndote tocar la soledad.
Dejé de ver a mis amigos, a los vecinos, a familiares, al salir a la calle bajaba la mirada intentando ocultarme de los ojos y las palabras de los demás, entraba y salía del colegio corriendo, siempre con prisas, escapando de cualquier pregunta, comentario, mirada…fueron seguramente los 2 años mas duros y difíciles de mi vida, simplemente no era capaz de hablar, mientras Chloe perdía el habla yo perdía las palabras.
Durante todo ese tiempo el silencio me sirvió, era mi antídoto y mi analgésico, pero también me enquistó en ese estado en el que el mundo pasaba corriendo a mi lado y yo simplemente lo observaba desde la distancia, casi sin tocarlo, como si de un tío vivo descontrolado al que intentaba subir se tratara.
Afortunadamente aún conservaba mis momentos de reflexión, en el fondo sabía que esto no podía ser bueno ni para mi ni para las niñas.
Hacía tiempo que nos habíamos quedado solas…. bueno, tal vez no era mucho pero a mi me lo parecía… porque ahora esa soledad dolía.
Ese mismo silencio que me había dado tanta paz lentamente comenzó a ahogarme, no podía seguir flotando en mi propio océano, necesitaba dejar entrar un poco mas de luz, subir a la superficie, coger aire, respirar, así que busqué ayuda -“una psicóloga” – pensé, y la encontré.
En nuestra primera cita me senté frente a ella mirándola directamente a los ojos, no la conocía, nunca antes la había visto, ni siquiera sabía su nombre, pero entonces aquellas palabras que se me habían perdido se cayeron de mi boca y rebotaron sobre su mesa como un par de dados lanzados por el mejor crupier:
– ” ayúdeme a volver a vivir”…
Ya había dado mi primer bocanada de aire.
